Edgar Gómez
Había insistido durante mucho tiempo para que comiéramos en aquel restaurante de la colonia Roma, en la avenida Durango en el Distrito Federal. No quería hacerlo, lo había evadido hasta ese día. Siempre supe que había una atracción mutua. Él era mi complemento, Ricardo Juárez Hernández, alegre en mis momentos de melancolía.
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